Mitologías de diferentes colores
En un cuento encantador, titulado “Los inofensivos”, una abuela negra deja escapar de un agujero que tiene en la cabeza toda una serie de guerreros, curanderas, cazadores y músicos africanos provenientes -en la geografía- de Ghana, Mali, las laderas del Kilimanjaro y las orillas del río Congo, mientras que en el tiempo proceden del imperio Ashanti y de las etnias fulani, yoruba y hausa, entre otras. La familia se acostumbra a esa presencia fantástica que les recuerda continuamente sus orígenes.
El hálito mitológico de la narración, que de ordinario se reserva en nuestra literatura para referencias de la tradición occidental, sitúa este libro en una encrucijada cultural. Las referencias reclaman, para las tradiciones provenientes del África, la misma categoría que tienen aquellas que hemos querido hacer nuestras a la vez que excluimos precisamente estas.
Los cuentos aquí reunidos (algunos no son más que viñetas) confirman el proyecto literario de Yolanda Arroyo Pizarro de incorporar plenamente a la tradición puertorriqueña uno de sus elementos constitutivos que siempre ha estado, sin embargo, relegado a un segundo plano en términos de la cultura letrada: lo africano. La consciencia de lo que implica –en términos de inferiorización ese segundo plano se pone de manifiesto en textos como “Las caras lindas, los nombres lindos” y “Mi sostenido” que examinan el vocabulario con que se nombra lo blanco y lo negro. Varios cuentos del libro, además, se abren a la consideración no solo de la cultura negra per se sino a las estructuras sociales de exclusión a base no solo de la raza sino de las diferencias de clase y posición social.
En un cuento poderoso, por ejemplo, titulado “Fatigarse”, dos seres indefensos –un bebé y un drogadicto se encuentran en sendas situaciones sin salida aparente. Es muy eficaz en cuanto a la anécdota y también en cuanto a proyectar la impotencia de los débiles en una sociedad regida por los fuertes.
Igualmente eficaz es “Aprovecharse” que narra el encuentro –después de muchos años- de dos compañeras de escuela. La mala conciencia de quien ha sido victimaria y la apertura de la otra hacia su antigua agresora tocan una fibra muy profunda de las relaciones humanas durante la juventud, cuando el disimulo es más difícil y más abiertas las agresiones.
Algunos cuentos proyectan una ternura especial, como “La cocinera” y, sobre todo, “Memorias de un barrio cerquita de Amelia”, en que se narra, indirectamente, una historia de abandono y de rescate, en este caso por parte de una abuela generosa como tantas de las que en este país cumplen una función sustituta de los padres.
Este libro breve instala, sin embargo, nuevas intensidades en la trayectoria de una escritora que constantemente explora la temática negra y la de los subalternos. (CDH)
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