La belleza no existe
Por Carmen Centeno Añeses
La mujer no existe, dijo Jacques Lacan aludiendo a los convencionalismos sociales y culturales que condicionan gestualidades, roles y performatividades con las que se caracteriza a la misma. La belleza tampoco existe. Es una construcción cognoscitiva que aprendemos de acuerdo con la cultura en que se nace, las jerarquías establecidas, los cánones que rigen las relaciones humanas y las relaciones de poder.
Por eso resulta tan difícil asumir posiciones sobre la estética literaria, aunque este tema no es nuevo, pues lo discute Aristóteles en su “Poética”. Nelly Richard señaló hace algún tiempo que los estudios culturales son productos que enfatizan la imbricación social de factores tan disímiles como el videogame, los derechos humanos y el performance artístico. Para esta pensadora uno de los primeros de estos gestos consistió en “desbordar y rebasar los límites esteticistas de los estudios literarios”, otorgándole prioridad a la igualdad entre cultura letrada y culturas marginales o subalternas, desdibujando jerarquías entre la una y la otra. Esto dejaba de lado el tema de la belleza privilegiando cierto “sociologismo” que conducía a un relativismo estético.
Pero, ¿qué estéticas se validan como hegemónicas, en dónde y por quiénes? Es difícil dar respuesta a esta pregunta cuando la historia del arte se encuentra llena de reivindicaciones valorativas de obras que en un momento determinado fueron duramente criticadas. Ese es el caso de los pintores impresionistas franceses, los cuales fueron rechazados por su tratamiento pictórico y su renovación no realista del arte. La prensa hasta ridiculizaba sus exposiciones con ilustraciones satíricas.
Es también el ejemplo tanto de la poesía como de la música vanguardistas. Esta última rompió con la melodía tradicional y trabajó lo aleatorio. La poesía que surgió después de la primera guerra mundial fracturó las nociones de pensamiento y la sintaxis por influjo del sicoanálisis freudiano y el surgimiento del subconsciente.
¿Cuál es la función de la crítica? ¿Canonizar? ¿Tomar partido según el locus de enunciación? Terry Eagleton afirma que la crítica literaria moderna proviene del ascenso de la esfera pública liberal durante el siglo XVIII. A fines de este y comienzos del XIX emerge una contraesfera pública compuesta por disidentes: feministas, obreros, artesanos y nuevos lectores con la expansión del libro y el desarrollo tecnológico de las facilidades de impresión, como afirma Roger Chartier. Se crean de esta forma nuevas maneras de percepción que están politizadas y la crítica se convierte en un lugar de debate político. Para el francés Pierre Bordieu la literatura sigue siendo un campo de batalla como, señalamos, lo es la crítica que la valida o la impugna.
Las literaturas marginales o menores, producidas por sectores periféricos no han sido siempre valoradas estéticamente de la misma manera que aquellas que se desarrollan en los circuitos académicos o gubernamentales, es decir institucionalizados. Tampoco las producciones de los sujetos femeninos han tenido la misma acogida que las de los hombres. Tomemos de ejemplo el caso de la literatura hispanoamericana y el llamado posboom. Algunas autoras, como Isabel Allende y Marcela Serrano, han recibido críticas: la primera por su filiación con el realismo mágico y la segunda por el supuesto de la banalidad de su discurso. Así, otras mujeres han sido desvalorizadas por tratar temas íntimos y domésticos como lo ha hecho en fechas recientes Gioconda Belli en su libro El intenso calor de la luna. Continuamos con la jerarquía de los temas elevados existente en tiempo de los griegos sustituida por temas como la globalización y el mundo masculino como centro.
La literatura femenina latinomericana que ha sido criticada como superficial se configura como una plural y desafiante tanto en su temática como en su construcción formal. Una lectura de Laura Esquivel, Cristina Peri Rossi y Yolanda Arroyo, nos brindará estéticas dispares y una gran profundidad temática. Nelly Richard lo ha dicho muy claro: aunque los estudios culturales han contribuido a una relativización de los estético, la teoría y la crítica feminista nos han abierto el camino de nuevas interpretaciones que toman en cuenta el mercado de lo cultural.
La belleza no existe. Es solo un producto de las relaciones de poder y de las percepciones que nos han enseñado desde la infancia. La crítica es un campo de estudio que debe de tomar en cuenta este hecho que restringe las nociones de estética y que jerarquiza la diversidad del discurso literario en función de criterios que bien podrían estar anquilosados o atados a concepciones que se intersectan con el poder.
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