Celebrando el día internacional de la mujer, y en recordación del evento ‘Barrigas’:
Autorretrato Barriga
La mata de anamú se me resbala por la garganta. Mastico, salivo y resbala. La panza descansa frente a mí, enfrente del espejo. Aglutinada, como una melcocha: tojunta. Poca retención de agua este mes. Es el anamú. Tardé tres décadas y media en conocerlo. Es el anamú a quien deseo. La panza me cuelga inerte. Me da rabia. La odio. La evito. Cedo. La levanto con la punta de los dedos por ese gajo que me oscila frente al pubis. Y hoy se acaban los cinco días de la sangre. Y hoy se acaba el chuparme la yerba; hoy termina el regurgitar las especias. No he tenido culpa de que la reconciliación se diera durante el segundo día. Por cierto, el más incómodo de los días. Estaba más hinchada que nunca, más adolorida que nunca. Palpitaban las caderas a ritmo de quistes. Los quistes que se van a derramar durante la futura ovulación. Desgarre uterino, punzadas viscerales. Se me ha descojonado la barriga. Se me ha llenado de moretones. Pero no podía dejar pasar esta oportunidad de abrazarlo de nuevo. ¡Por fin! De permitir que me acariciara otra vez. Que olvidáramos su religión y la escasez de la mía. Mucha mascaera, mucho yerbarajo. Nada de intromisiones a un cuerpo que despide coágulos; no señor, nada de eso. Ni dedos, ni lo demás. Pero sí coqueteos con frotaciones. Por encima y por debajo de la ropa; manos entre mi blusa y su camisa; agarres de espalda y más abajo; me abre las nalgas con toda la muñeca; el corazón y el índice son aspas que giran sincronizadas por mi monte, y el tampón a punto de salirse por el pujo placentero. Olvido la migraña, por ahora. Olvido la cara llena de barritos y el abdomen hecho una masa cuneiforme de estrías. Orgasmos que no conocen de etiqueta de mesa y a los que poco les importa que el segundo día sea el más doloroso. Quise anamú y me acordé después, luego de las emanaciones. Quise chupar y morder yerba cuando terminaron las convulsiones y la ingle continuó temblando en su recorrido por alcanzar, pacíficamente, un punto indoloro. Me acordé del malestar más tarde. Mi barriga repleta de correrías sanguinolentas. Mi barriga que no respeta la regla. Mi barriga que sigue queriendo venirse. Y mientras los cólicos se aferran al movimiento telúrico sobre la cama, quiero gritar. Acaso la dolencia se apacigua por su abrazo a mi cintura abultada. Acaso es ignorada por el sabor de su “tratemos de nuevo”.
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