Por estos días vi la película "Arráncame la vida" de una de mis escritoras favoritas, Ángeles Mastretta. Recordando me vino a la mente esta parte:
“Tenía quince años y muchas ganas de que me pasaran cosas. Por eso acepté cuando Andrés me propuso que fuera con él unos días a Tecolutla. Yo no conocía el mar, él me contó que se ponía negro en las noches y trans¬parente al mediodía. Quise ir a verlo. Nada más dejé un recado diciendo: «Queridos papás, no se preo¬cupen, fui a conocer el mar.»
En realidad, fui a pegarme la espantada de mi vida. Yo había visto caballos y toros irse sobre ye¬guas y vacas, pero el pito parado de un señor era otra cosa. Me dejé tocar sin meter las manos, sin abrir la boca, tiesa como muñeca de cartón, hasta que Andrés me preguntó de qué tenía miedo.
-De nada -dije.
-Entonces ¿por qué me ves así?
-Es que no estoy muy segura de que eso me quepa -le contesté.
-Pero cómo no muchacha, nomás póngase flojita -dijo y me dio una nalgada. Ya ve cómo está tiesa. Así claro que no se puede. Pero aflójese. Nadie se la va a comer si usted no quiere.
Volvió a tocarme por todas partes como si se hubiera acabado la prisa. Me gustó.
-Ya ve cómo no muerdo -dijo hablándo¬me de usted como si fuera yo una diosa. Fíjese, ya está mojada -comentó con el mismo tono de voz que mi madre usaba para hablar complacida de sus guisos. Luego se metió, se movió, resopló y gri¬tó como si yo no estuviera abajo otra vez tiesa, bien tiesa.
-No sientes, ¿por qué no sientes? -pre¬guntó después.
-Sí siento, pero el final no lo entendí.
-Pues el final es lo que importa -dijo hablando con el cielo. ¡Ay estas viejas! ¿Cuándo aprenderán?
Y se quedó dormido.
Yo me pasé toda la noche despierta, como encendida. Anduve caminando. Por las piernas me corría un liquido, lo toqué. No era mío, él me lo había echado. Al amanecer me fui a dormir con mis cavilaciones. Cuando él me sintió entrar en la cama nomás estiró un brazo y me lo puso encima. Des¬pertamos con los cuerpos trenzados.
-¿Por qué no me enseñas? -le dije.
-¿A qué?
-Pues a sentir.
-Eso no se enseña, se aprende -contestó.”
3 comentarios:
Ay esa peli me revolcó, al igual que el libro. Jamás pensé a los 17 años cuando leí esa novela que ese nombre me cargaría tanto luego. También le decía guapa.
Una de mis escenas favoritas es cuando ella le reclama sobre el apellido, y por qué él no tiene el suyo. Pero la mejor, a mi entender es el diálogo de la bruja y el timbre. Todo está ahí, no se tiene pies, cabeza ni brazos.
Recuerdo la cara del juez Cabañas, roja y chipotuda como la de un alcohólico; tenía los labios gruesos y hablaba como si tuviera un puño de cacahuetes en la boca.
-Estamos aquí reunidos para celebrar el matrimonio del señor general Andrés Ascencio con la señorita Catalina Guzmán. En mi calidad de re-presentante de la ley, de la única ley que debe cum¬plirse para fundar una familia, le pregunto: Catalina, ¿acepta por esposo al general Andrés Ascencio aquí presente?
-Bueno -dije.
-Tiene que decir sí -dijo el juez.
-Sí -dije.
-General Andrés Ascencio, ¿acepta usted por esposa a la señorita Catalina Guzmán?
-Si -dijo Andrés. La acepto, prometo las deferencias que el fuerte debe al débil y todas esas cosas, así que puedes ahorrarte la lectura. ¿Dón¬de te firmamos? Toma la pluma Catalina.
Yo no tenía firma, nunca había tenido que firmar, por eso nada más puse mi nombre con la letra de piquitos que me enseñaron las monjas: Catalina Guzmán.
-De Ascencio, póngale ahí, señora -dijo Andrés que leía tras mi espalda.
Después él hizo un garabato breve que con el tiempo me acostumbré a reconocer y hasta hu¬biera podido imitar.
-¿Tú pusiste de Guzmán? -pregunté. -No mija, porque así no es la cosa. Yo te protejo a ti, no tú a mí. Tú pasas a ser de mi familia, pasas a ser mía -dijo.
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Mastretta se muestra genial en este fragmento.
Una excelente adaptación a la pantalla. La disfruté tanto como la novela.
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