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«El gran tema de Don Quijote de la Mancha es la ficción, su razón de
ser, y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va modelando,
transformando. Así, lo que parece a muchos lectores modernos el tema "borgiano"
por antonomasia-el de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius-es, en verdad, un tema
cervantino que, siglos después, Borges resucitó, imprimiéndole un sello
personal. La ficción es un asunto central de la novela, porque el hidalgo
manchego que es su protagonista ha sido "desquiciado"-también en su locura hay
que ver una alegoría o un símbolo antes que un diagnóstico clínico- por las
fantasías de los libros de caballerías, y, creyendo que el mundo es como lo
describen las novelas de Amadises y Palmerines, se lanza a él en busca de unas
aventuras que vivirá de manera paródica, provocando y padeciendo pequeñas
catástrofes. Él no saca de esas malas experiencias una lección de realismo. Con
la inconmovible fe de los fanáticos, atribuye a malvados encantadores que sus
hazañas tornen siempre a desnaturalizarse y convertirse en farsas. Al final,
termina por salirse con la suya. La ficción va contaminando lo vivido y la
realidad se va gradualmente plegando a las excentricidades y fantasías de don
Quijote. El propio Sancho Panza, a quien en los primeros capítulos de la
historia se nos presenta como un ser terrícola, materialista y pragmático a más
no poder, lo vemos, en la Segunda parte, sucumbiendo también a los encantos de
la fantasía, y, cuando ejerce la gobernación de la Ínsula Barataria,
acomodándose de buena gana al mundo del embeleco y la ilusión. Su lenguaje, que
al principio de la historia es chusco, directo y popular, en la Segunda parte se
refina y hay episodios en que suena tan amanerado como el de su propio amo.
La modernidad del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero
que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal cambiar el
mundo para mejora, aun cuando, tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se
estrelle contra obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en
objeto de irrisión. Pero también es una novela de actualidad porque Cervantes,
para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo
y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna. Aunque no lo sepan,
los novelistas contemporáneos que juegan con la forma, distorsionan el tiempo,
barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje, son todos
deudores de Cervantes.
Tal vez el aspecto más innovador de la forma narrativa en el Quijote
sea la manera como Cervantes encaró el problema del narrador, el problema
básico que debe resolver todo aquel que se dispone a escrib ir una novela:¿quién
va a contrar la historia? La respuesta que Cervantes dio a esta pregunta
inauguró una sutilieza y complejidad en el género que todavía sigue
enriqueciendo a los novelistas modernos y fue para su época lo que, para la
nuestra, fueron el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de
Proust, o, en el ámbito de la literatura hispanoamericana, Cien años de
soledad de García Márquez o Rayuela de Cortázar.»
Fuente: http://www.elpais.com/comunes/2004/quijote/index.php?sec=vargasllosa |
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