El cuento 'Nido de águila' fue inspirado en esta fotografía del telescopio Hubble. La fotografía fue tomada en 1995 y titulada 'Los pilares de la creación'. El cuento fue publicado en el 2004.
Nido De Águila
por Yolanda Arroyo PizarroLibro: Origami de letras, 2004
En la consulta del médico, la secretaria me
pidió la tarjeta de salud. Yo la miré comprensiva, porque ella desconocía que
en el mismo y preciso momento en que dialogábamos, se llevaba a cabo un proceso
singular en la nebulosa del Águila, una nube de gas y polvo situada al otro
extremo de nuestra propia galaxia, desde donde se están gestando estrellas.
—Desde la Tierra, la nebulosa del Águila parece
un ave con las alas desplegadas y las garras extendidas. —le dije, y le mostré
el artículo de la revista. Luego coloqué los brazos como si fuera el plumaje.
Ella levantó su mirada, se acercó a mí y metió las manos en mi bolso.
—No te preocupes, Melinda. Estás un poco
desorientada hoy.
Desorientada no. Inmersa en sucesos más
contundentes. Pero la secretaria nunca lo entendería, aún si yo me tomara el
tiempo y la dedicación para explicárselo. Como de costumbre, buscó ella misma
mi tarjeta, llenó las formas, me explicó en cien ocasiones dónde debía yo
firmar y me acomodó el cabello.
Llevaba una semana entera en la lectura de
aquel artículo. Aprovechaba cada oportunidad de pausa en mi día para echarle
una ojeada; en el autobús, en la sala de espera de la beneficencia, sobre el
banquillo de la plaza de las palomas, frente al comedor del geriátrico. Entre
aquellas páginas que narraban glorificadas tal evento, se me fueron las horas
más importantes de mi vida. La lectura que exponían el génesis del cosmos,
daban compulsoria importancia a mi haber matutino, que en ocasiones se extendía
hasta lo vespertino y de ahí hasta la nocturnidad. Intentaba que estos datos de
precisión universal tal vez me revelaran el proceso de formación de los astros
y de la vida misma.
Anotó mis antecedentes en su fichero y me dijo
que me sentara, que el doctor llamaría mi nombre en cualquier momento. Yo me
senté, me saqué la revista de debajo del brazo otra vez, y me percaté que la
misma olía mal, a sudores. La secretaria me recordó que si deseaba hacer alguna
necesidad, tendría yo que ir al baño que se hallaba al final del pasillo. No
debería repetir la vergonzosa escena de la semana anterior.
Traté entonces de hacer conversación con la
señora a mi lado.
—¿Me presta un poco de perfume?
Ella sonrió, muy amable. Aún sin mirarme buscó
en su bolso y me extendió un frasco. Yo eché del líquido con olor a jazmines
sobre las páginas del artículo y acto seguido me lo llevé a la nariz. El olor
era insuperable. Justo donde mencionaba que comparada con el Sol, la más
reluciente de estas nuevas estrellas del Águila podía ser cien mil veces más
brillante y más de ocho veces más caliente, era donde mejor fragancia
ostentaba. Tapé el frasco y se lo devolví a la dueña. Ella lo recibió de
vuelta, con muy buena cara, y cuando se volteó a contestar mis “muchas gracias”
con un “de nada” abrumador, se quedó mirándome sorprendida.
—¡Eres tú! —exclamó contentísima. —Luego de
todos estos años, al fin vuelvo a encontrar a mi gran amiga de la niñez.
Nos abrazamos. La alegría desbordaba por todos
nuestros poros. Entre risas y caricias al rostro nos contamos de todo,
intentando burlar al tiempo. Quisimos evitar los huecos erosionados por décadas
de memorias ausentes.
Su novio del colegio la había abandonado
embarazada. Con ayuda de sus padres había logrado graduarse de universidad. El
hijo que tuvo, siempre le ha sacado en cara el tiempo que no estuvo junto a él
por los estudios. La extraña como madre; a veces le dice que no ha sido la
mejor. Se casó con un abogado que luego fue nombrado juez y tuvo otros dos
hijos. Nunca pudo tener la niña que siempre quiso. Sus tres varones casi
siempre la descartan tomando el bando de alguna nuera insurrecta. El marido
tuvo mil amantes, pero nunca se divorció. Desde hace ocho años ha estado él en
cama, conectado a maquinas. Se ha enamorado del vecino, quince años más joven
que ella, pero nunca se lo dirá. Le duele el corazón. Desde la noche anterior
se le ha entumecido el brazo izquierdo.
—Puede ser un fallo cardiaco. Por eso estoy hoy
aquí.— me dijo. Pero la animé a que no pensara en ello puesto que se veía
fuerte y de buen semblante y hasta en ocasiones se ponía de pie. Cuando me tocó
el turno de contar todo lo mío, comencé:
—La zona de las garras del Águila, forman
columnas semejantes a trompas de elefante. No se si lo sabes, pero me encanta
el mosaico de fotografías del Hubble que revela la existencia de decenas de
pequeños canales que sobresalen. Al final de estos canales el gas se vuelve más
denso, forman unos glóbulos pequeñitos y esféricos en los que se gestan las
estrellas y, según algunos astrónomos, quizá incluso planetas. Fíjate en las
fotografías, — y le mostré. — el gas evaporado aparece desprendiéndose de las
columnas de polvo.
Ella me miro con fijeza. Luego sonrió, y yo
añadí:
—El parecido de las nubes de polvo de la
nebulosa del Águila con los nubarrones que se ven en nuestro cielo en los días
tormentosos es espectacular, amiga. En realidad, cada columna de nube es tan
larga que un haz de luz tarda casi un año en recorrerla de un extremo a otro.
Yo había tenido una violación y un aborto, pero
para qué hablar de ello. Ya no me sobrevivía ningún ser querido y mi existencia
no tenía razón de ser, pero no era necesario mencionarlo. Mi amiga derramó una
lágrima y yo la abracé. Pasaron las horas y continuamos con el diálogo. Después
de ver al médico ella tuvo que marcharse y no la volví a ver. Ni al día
siguiente, ni al siguiente.
Percibo a veces que mi vida se esfuma como un
anillo nebular. Nunca me atreví a decirle que se había equivocado conmigo, que
yo no era su amiga de la infancia. ¡Parecía necesitar tanto de aquella charla!
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