Serie narradoras puertorriqueñas: Janette Becerra en Doce versiones de soledad
Cómo escribí mi cuento favorito
Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro
Con “Afición por los terrarios” me pasa lo que seguramente
experimentan los científicos cuando se topan accidentalmente con un
descubrimiento radical. Creo que el cuento tuvo para mí más de revelación que
de hazaña, porque al releerlo me enfrento a una síntesis de la vastedad del universo
de la que yo, francamente, no soy capaz. Su protagonista, un ser solitario y
obsesivo, lleva años construyendo un terrario porque aspira a ser imagen de su
padre. Pero ese teatro natural que entretiene sus días y noches, que ha sido
incluso objeto de sus caprichos perversos, termina por convertirse en un
pequeño cosmos cuyas implicaciones nunca sospechó. Comencé a escribirlo en
homenaje al Frankenstein de Shelley
por la forma insuperable en que esa obra retrata el abandono inmisericorde al
que queda condenado el engendro. Pero para cuando lo concluí, comprendí que el
cuento había querido revelarme mucho más: era yo el Dr. Frankenstein que
abandonaba aterrorizado a su engendro, eran míos tanto el descubrimiento inesperado
de su protagonista como el horror de la humillación. El terrario es la
literatura misma. De alguna extraña forma, los escritores somos esos dioses
perversos y solitarios que vengamos nuestro dolor replicando el mundo
imperfecto en que otro dios, también dolido, nos condenó a existir.
He aquí un fragmento del relato: su primer párrafo.
Soy dueño de un terrario muy bonito, que he
cultivado con esmero desde pequeño. Ser retraído y algo carente de destrezas
sociales puede traducirse en un inconveniente grave, a menos que se descubra
alguna pasión que nos ocupe y justifique la soledad, y entonces el tedio se
transforma en una feria de pequeñas alegrías. En mi caso fue sin duda la
devoción al terrario la que me mantuvo a flote. Mi padre, quien también sabía
bastante del tema, me regaló un tarro de cristal y me mostró algunas
ilustraciones básicas, que yo pronto superé con creces hasta obtener esta joya
que se convirtió en mi orgullo, como si fuera un hijo tierno, un cachorrito de
pelusa y hoyuelos cuya foto enmarcamos con candidez.
El cuento está incluido en el libro de relatos Doce versiones de soledad (San Juan:
Ediciones Callejón, 2011), que recibió el Premio Nacional de Cuento del Pen
Club de Puerto Rico, el Segundo Premio en Creación Literaria del Instituto de
Literatura Puertorriqueña y fue incluido en la lista de los diez mejores libros
del 2011 por la sección de crítica literaria del periódico puertorriqueño El Nuevo Día.
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