Dedicado al Aquelarre (mis Brujas bellas).
Texto publicado originalmente en Derivas.netLa menstruación. Me acordé de ella porque la había olvidado. No la esperaba y tal despiste me costó desechar una falda blanca sexy, corta, hermosa, carísima, ahora totalmente inservible. La mancha roja se vertió presurosa sin darme tiempo a reaccionar, y la vergüenza me embargó, toda vez que en el supermercado muchos la percibieron. Ni hablar de lo que le sucedió al asiento de mi auto.
La regla es algo que detesto, daría lo que no tengo por erradicarla. Es un suero innecesario que fluye por lugares que están hechos para recibir y dar placer, no para acoger sufrimientos ni incomodidades.
Padezco de dismenorrea, lo mismo que dos terceras partes de la población femenina. Eso significa que dicha disfunción cervicovaginal me produce cólicos y contracciones durante los días premenstruales, y una menstruación muy pero que muy dolorosa y profusa una vez llega. A veces me sobreviene con dolores fuertes de cabeza, otras con náuseas, vómitos, diarreas, sudoración, y ni hablar de la intensa necesidad de orinar casi mil veces por día. Todo un desastre. Dolor en la parte baja del abdomen que irradia la columna inferior, los muslos, irritabilidad, nerviosismo y en contados casos depresión. En ocasiones duelen tanto los ovarios que se pincha algún nervio y dejan de funcionar las piernas, se entumecen, y para nada me alivian las compresas frías o calientes, el té, mucho menos la aspirina o el ibuprofen. Sólo hay que resignarse y dejar que pasen, en mi caso, los malditos cinco días que me dura.
Las toallas sanitarias son otra problemática. Muy grandes son incómodas, muy chicas ocasionan accidentes como los de mi falda. Los tampones tampoco ofrecen mucha colaboración, pues para empezar hay que introducirlos en esa área creada únicamente para recibir cilindros de músculos con piel, no para recibir artífices de cartón, o de plástico, y ni pensar en los llamados tampones digitales que son de horror, pues casi nunca una está anhelante de meterse el dedo hasta tan hondo sin recibir gratificación a cambio. Encima hay que cambiarse tantas veces, y ducharse mil más, y usar desodorantes vaginales que si bien contribuyen a la buena higiene, y a despedir olores riquísimos que provocan caminatas en llanos verdes con cascadas de orquídeas, pueden ocasionarte unas reacciones alérgicas de madre, que hasta te mandan de cabeza al especialista, o a la sala de emergencia a que un grupo de nuevos practicantes te estudien la popola.
Para sentir algo, un poquito de alivio, te recomienda el sabio ginecólogo, por lo menos el mío, que coloques las piernas hacia arriba. ¡Vaya, que práctico! Sobretodo cuando se trabaja en una oficina con otros treinta empleados alrededor.
Dice también mi médico que hay que evitar los dulces, las harinas y la cafeína durante esos días. Que se debe aumentar el consumo de agua, jugos, frutas y verduras y que hay que ingerir alimentos saludables especialmente aquellos que no provoquen malestar intestinal. ¡Pero que mala broma nos juega el cuerpo! Porque es precisamente en estos días menstruales cuando tiene una los cravings o antojos de bizcochitos, dulces de leche, natilla, panes con pasas, galletas de azúcar negra con canela, y como no, chocolate belga.
“Reduce el consumo de grasas, condimentos o carnes. Ejecuta actividades físicas leves como caminar o ejercicios que favorezcan la circulación. Ello disminuirá las molestias y mejorará tu estado de ánimo”, me aconseja el galeno, como si fuera tan fácil eso de hacer aeróbicos acompañada de una ráfaga de dolores.
Al entrar en esta ocasión a la consulta de mi doctor, lo miro con cara de odio. Y se lo digo: “Doctor Vázquez, lo odio.” Él lo sabe ya, le hago lo mismo en todas mis visitas. Y es que primordialmente lo odio porque no es mujer, porque no sufre mi regla, ni mis males, ni mis dolores, ni esta maldita incomodidad.
Paternal, menciona algo de la hormona prostaglandina, que aparente y alegadamente, es la causante de mi zozobra. Sinceramente a mí no me interesa quién la causa, me interesa que me la quiten. “¿Se puede remover?”, le pregunto y me mira entre hastiado y burlón. Me hace el examen de rutina, que para variar, debido a tantos dolores, pues duele más. Añade un ultrasonido pélvico y mentalmente me acuerdo de su madre, aunque asiento de modo intelectual mientras intenta explicarme una nueva teoría para mis dolencias, aún conmigo en la burra, a mitad de sonograma, yo toda abierta de piernas.
—Una dismenorrea funcional, en la mayor parte de los casos es espástica, se presenta casi exclusivamente en los ciclos ovulatorios. —dice.
Yo sólo lo veo mover los labios y decir blah, blah, blah, blah. Cuando termina su opereta le recuerdo:
—Pero yo no estoy ovulando, mi queridísimo doctorcito sabelotodo. La ovulación ya la pasé, estoy fucking menstruando.
—A eso iba… —me dice y añade mayores grados de blah, blah, blah a su discurso. En ocasiones sube el tono de voz, como esperando un aplauso; en otras lo baja, dándole un suspenso de cierre a lo que diserta. La percusión se distorsiona por ratos y en mi cabeza lo ignoro; no lo tomo en cuenta, y como si tuviera el "remote" que lo controla, le bajo el volumen para dejarle de escuchar.
Me recetó Aleve, otra vez. Compresas frías y calientes, de nuevo; una dieta balanceada repitiendo lo mismo del anterior ciclo y una promesa de que cuando tenga hijos, ya no lo padeceré. Lo cual es mentira, sino pregúntenle a la mitad de la población mujeril. Cuando le recuerdo que ya he dado a luz se disculpa, mira el record y carraspea. —“Ah, entonces se te quitará en la menopausia”. Claro, si no es Juan es Pedro.
La última maldición de la regla es que me hace sentir como Jennifer López. Nalgúa. Sí. De alguna extraña y misteriosa manera el flujo hemofílico logra dirigirse en afluentes por el canal de la Mona (mi cuenca internalgal localizada entre glúteo y glúteo) pasando inadvertida, y evitando adrede la toalla sanitaria, que se encuentra blanquecina, límpida, con una que otra pizca roja, pero por lo demás inmaculada. Y es entonces cuando aparece mágicamente lo que se supone sea mi nalgaje descomunal, que by the way, se burla de mí. ¡Sí! Porque ahora mis panties, el pantalón y el resto de donde me halle sentada queda desahuciado. Todo se ha ido a depositar como charco de lago triste o mangle etéreo al “nié”, que dicho sea de paso ni empieza ni termina en el cóccix, pero cualquiera diría.
Durante mis periodos menstruales es cuando más detesto a los hombres, sus descendientes y los de su especie. He llegado a la conclusión de que la menstruación es una venganza de hombres. Los especialistas que dicen tratarla no lo hacen de verdad, todo lo contrario, disfrutan con nuestras dolamas y les dan continuidad, disimulando tratarlas. Los hombres médicos perpetúan nuestro padecimiento haciéndose pasar por agentes encubiertos; de ese modo falsean un dizque tratamiento, cuando en realidad no quieren que dejemos de sufrir. Nos dejan saber con su modo de actuar cuan superiores se sienten.
Un grupo pequeño de ellos conoce el misterio para erradicar la monstruación de cuajo. Son como los Iluminatti o el Opus Dei. Realizan congresos médicos, asambleas y convenciones de salud en donde explican al resto únicamente lo que les conviene, sin dejar filtrar la verdadera información para aliviarnos los dolores. ¡Juro que voy a investigarlo!