La mujer sin barriga…
Por María de Lourdes Javier
Hace 10 meses mi barriga me abandonó. Me levanté una mañana y descubrí un vacío en mi vientre. Al menos tuvo el detalle de dejarme una nota que decía: “No puedo más”
Tengo que confesar que no me tomó por sorpresa. Llevaba tiempo quejándose de que no la alimentaba bien, que no soportaba los dolores menstruales, que no le gustaba ser acariciada por manos, según ella, “indignas”. Era toda una diva. Para colmo, desde que me puse a leer en su presencia a Simone de Beauvoir comenzó a sentirse con derecho a emanciparse de la tiranía de mi cuerpo.
No es fácil ser una mujer sin barriga. A veces la gente me mira con sospecha, como si supieran que me falta algo. En mis ojos se delata este abismo visceral.
Yo trato de disimular lo mejor que pueda. Me pongo ropa abultada para que no se note la concavidad. Cuando me invitan a cenar en un restaurante conjuro alguna mentira para evitarlo, que no siempre funciona y termino buscando la manera de esconder mi falta de digestión.
Es complicado pero no me queda más remedio que persistir en este juego de disfraces. Nadie lo entendería. Me dirían que soy tonta por haber perdido mi barriga. No podrán entender que no es mi culpa si mi anatomía me rechaza.
Así que me trago este silencio y sigo desfilando por el mundo como si fuera una mujer normal. Mis manos compulsivamente se posan sobre la nada que habita mis entrañas. Llevo enredada entre los dedos la promesa de que algún día mi barriga retornará. Tiene que volver. Tiene que volver. Me lo repito una y otra vez, porque si no regresa, dentro de poco, no quedará nada de mí.
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