Serie
narradoras puertorriqueñas: Rubis Camacho, "Ningún humano me ha dado mayor
muestra de amor".
Cómo
escribí mi cuento favorito
Especial
para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro
En octubre del
2011, Letra Negra Editores (Guatemala) publicó y presentó mi libro El fraile confabulado en su actividad
anual “Octubre, mes de narrar”. Se trata de una serie de relatos en los que
prima la figura de un fraile de alma revuelta, confrontado con su vocación,
llamado, prejuicios, contradicciones y realidades (“Y te retiraste solo, como te has de ver toda la vida: siempre en busca
de lo que huyes.”). De todos mis personajes,
es en el fraile donde encuentro mi mayor referente biográfico, el personaje a
través del cual ventilo mis ambigüedades, cuestiono y escudriño. Por esta razón
prefiero este libro antes que a los primeros dos publicados (Cuentos traidores 2010, Sara: La historia cierta 2011). En cada
relato de El fraile confabulado reinvento
un recuerdo.
El día que escribí
el cuento El telescopio del fraile, saldé
una deuda con Micaela; un ser vivo con todos los signos estereotipados de la
derrota: perra, sata, realenga, negra, llagosa y preñada. Llegó a mi puerta con
el abatimiento del desamparo. Ningún humano me ha dado mayor muestra de amor,
fidelidad y vocación sacrificial.
En este relato el
fraile es el custodio del telescopio del hereje Galileo. Sucumbe a la tentación
de hurgar el firmamento y queda maravillado ante la vastedad del universo. No
obstante, una tarde inclina el telescopio a tierra y divisa una escena
desconcertante. “La cercanía de los
páramos y los manantiales amedrentaba. Las hojas tenían el tamaño de las
montañas. Pude ver, cerca de la muralla que bordea el próximo pueblo, a una
perra leprosa que hundía las garras con desesperación en la tierra hasta crear
un hoyo profundo en el que acomodó un vientre ampuloso de tetas desbordantes. Sus
ojos eran dos platos lagrimosos…bajo su rabo vi surgir, una a una, once
burbujas de seda. Las lamía con delirio hasta desgarrar las paredes suaves,
dejando al descubierto unas criaturas negras y húmedas de ojillos
cerrados…Mientras, en el cielo una nube enorme y oscura se tendía. El
torrencial asoló pueblos y aldeas. Muy temprano en la mañana subí a mirar. Todo
olía a mojado. El hoyo estaba inundado de cachorros y de agua sucia…Raquítica y
tambaleante se alzó once veces sobre las patas purulentas para cargar los
cachorro hasta la orilla. Un domingo de otoño contemplé el movimiento de las
once pelusas alrededor de un cuerpo casi podrido. Mordisqueaban, jugueteaban,
trepaban, olfateaban como planetas menores…A veces, cuando me abruman las
dudas, sobre todo, cuando Dios no rompe su silencio, subo al tejado y bajo los
ojos a tierra buscando los astros.”
Con mi vehículo
trituré accidentalmente varios cachorros de Micaela. Junté mis lágrimas a su
jeta prolongada. En este relato me
reconcilié con el misterio. Soy el fraile que entendió, al fin, lo efímeras que
pueden ser algunas maravillas del universo.
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